martes, 20 de diciembre de 2016

LA TIERRA DEL SOL PONIENTE

Hace unos días terminé esta novela de Barbara Wood de la que os hablo hoy. Me alegro mucho de  haber decidido leerla, aunque la idea que tenía sobre esta escritora era bien diferente, siempre había pensado en ella como narradora de historias pastelosas que no iban a interesarme nada. La portada, que recuerda a los carteles de las películas de aquella época, hemos de reconocer que tampoco me quitaba la razón, pero decidí darle una oportunidad y seguro que no es la última novela de Barbara Wood que leo.
La sinopsis de la contraportada nos resume la historia, dando al lector pistas sobre las relaciones sentimentales que transcurrirán en el lejano Oeste:
En 1920, durante el viaje en barco que la devuelve a casa, Elizabeth Van Linden, una rica heredera de la alta sociedad neoyorquina, conoce a Nigel Barnstable, un joven aristócrata inglés que ha heredado el título de barón Stullwood pero no el dinero ni las propiedades de la familia. Enamorada, se casa con él en cuanto llegan a Nueva York, y Nigel pasa a controlar la cuantiosa fortuna de su esposa.
La primera decisión del matrimonio es irse a vivir cerca del desierto de Mojave, al sur de California, donde Nigel compra una hermosa propiedad para crear un imperio agrícola junto a una reserva india. La población se llama Palm Springs y está empezando a atraer, como lugar de ocio, a los ricos y famosos de una incipiente industria: el mundo del cine.
Elizabeth trata de adaptarse a una vida nueva, ignorante de que su presencia perturba a Cody, el vaquero que han contratado como capataz. También empieza a conocer a los jefes de la tribu cahuilla, que tratan de vivir de acuerdo con sus costumbres ancestrales, preservando el amor y el respeto por la tierra.
La tierra del sol poniente es una saga sobre ambiciones, grandes y pequeñas, y sobre la transformación de un territorio virgen y bañado por el sol, el último refugio de los nativos, en el lugar de encuentro de las rutilantes estrellas del cine mudo en un mundo devorado por el frenesí de la modernización. Y la historia de una mujer que encuentra, en ese hermoso paraje desértico, la voz y la fuerza para seguir adelante.

Tengo que decir que si buscáis una novela romántica quizá os decepcione esta lectura. Aunque la propia editorial resalta las relaciones personales, que además tienen un gran peso en la trama, La tierra del sol poniente es mucho más que la historia de Elizabeth y Nigel, porque el lector se sumergirá en el ambiente americano de los años 20, un día a día que nada tiene que ver con las películas que en aquel entonces se rodaban, con indios llenos de plumas cabalgando y disparando flechas a los vaqueros que querían conquistar estas tierras.
La novela en mi opinión encajaría más en el estilo landscape, pues realmente el ambiente y el paisaje de Palm Springs lo llenan todo, impresionando profundamente Elizabeth, que disfrutará recorriendo el desierto, asomándose a los acantilados, contemplando las noches estrelladas y tratando de descifrar los numerosos petroglifos dejados por los primeros pobladores.
"Las granjas, los jardines y los oasis del valle estaban regados por manantiales subterráneos. Algunos de los arroyos afloraban a la superficie, calientes, humeantes y rebosantes de poderosa medicina que el hombre blanco llamaba "minerales". Los indios bebían el agua sagrada y también se bañaban en ella. Hacía mucho tiempo, el clan local construyó una pequeña choza de madera sobre las fuentes termales a fin de realizar purificaciones sagradas, física y espiritualmente. Era, además, un momento para conectar con el pasado y la cultura propios". (pág 452)
La imagen que tenemos de Palm Springs hoy choca muchísimo con la que se nos da en la novela, ese lugar inhóspito, con un calor abrasador en verano, una pequeña colonia de hombres y mujeres blancos conviviendo pacíficamente con los indios de la vecina reserva. La vida cotidiana de ambos, las relaciones entre ellos, el papel de los líderes, de los grupos... Realmente nos metemos de lleno en la historia y en el lugar en la que transcurre.



Nigel, el esposo de Elizabeth, quiere ser el amo y señor de estas tierras, tiene una ambición desmedida y ciega, nada ni nadie le importan. De hecho Elizabeth para él representa el dinero de su padre que podrá gastar. Pasa por encima de quien sea para lograr sus objetivos, es un tirano con los trabajadores y vecinos y no ve más allá de su objetivo.
Pero su mujer está muy lejos de ser una sumisa e ignorante señorita de ciudad. Es fuerte, tiene principios, ama esa tierra que la acoge, quiere que se respete a sus habitantes y a la propia naturaleza que cada día la sorprende con sus colores, así que tratará de impedir que Nigel lo destroce todo.
"No necesito que un tercero interceda por mí. Quiero aprender a valerme por mí misma. Quiero hacer algo, madre. Quiero dejar huella en el mundo, dejar mi marca. No quiero pasar por la vida como la señora de fulanito o menganito y abandonar este mundo con solo mis hijos como prueba de que pasé por aquí. Quiero algo que no tenga que ver conmigo. Y el primer paso para lograr ese objetivo es controlar mi propio dinero". (pág. 286)
Conseguirá aliarse con las mujeres del pueblo, y a través de ella conoceremos la realidad de la mujer en aquella época, una mujer que no era nadie sin su marido, sin capacidad de decisión ni siquiera sobre su propio cuerpo, ya que había nacido para ser madre y ni tan siquiera cuestionárselo.
Nigel por su parte, hace negocios con algunas estrellas de Hollywood de la época, el momento de la transición entre el cine mudo y el sonoro, presumiendo ante ellos de sus propiedades, sus carísimos coches, sus trajes a medida...


Varios personajes secundarios, como el vaquero Cody, la india Luisa o la actriz Zora DuBois y su marido Jack Lamont, aportan subtramas muy bien armadas y que resultan muy interesantes para tener una visión de conjunto de la sociedad del momento, tanto de los nativos americanos como de los colonos, y que no entorpecen la narración ni la dificultan en absoluto. La novela se lee con mucha facilidad, la tensión narrativa me ha parecido excelente y las seiscientas páginas no se hacen largas, que esto no sea motivo de no elegir esta novela.
Si os apetece conocer un poco más cómo era ese Oeste americano en los años 20, lejos del glamour de las grandes ciudades y saber cómo Palm Springs se ha ido convirtiendo en el destino de vacaciones y lujo que es hoy, os gustará La tierra del sol poniente.

lunes, 5 de diciembre de 2016

A MACETA

Zona de pinchos y vinos a la entrada del restaurante
Hace unos meses abría sus puertas en la Rúa de San Pedro el restaurante A Maceta. Teníamos muchas ganas de conocer una propuesta gastronómica de la que habíamos oído hablar muy bien, además de haber visto fotos muy apetecibles de sus platos. El sábado por la mañana reservamos para pasarnos el domingo a mediodía por aquí.
La calle en la que se ubica el restaurante ya cuenta con bastantes propuestas y por lo que pudimos ver, A Maceta tiene una línea muy marcada, con muchos platos de origen asiático, que en gran parte diferencia este local de los demás. 
Cuando llegamos al local, entramos en la zona de barra, donde tomar un vino y unos pinchos, con partes en las que estar sentados o de pie. Resulta una entrada bastante agradable. Desde aquí hemos de pasar al edificio en el que se encuentra el comedor principal. De camino, una zona de mesas de dos en forma de pasillo y con cierre de cristal y el jardín, muy coqueto y acogedor.




La carta actual (ha habido pequeñas variaciones estos meses) nos propone platos como el gua bao de pato o de chipirones, sashimi de jurel, gambones garam masala, costilla barbacoa o croquetas de boletus, por poner varios ejemplos. La carta no es muy extensa. Como platos principales había dos pescados (rape y robaliza) y dos carnes (carrillera y costillas), el resto de las propuestas eran pensando en un picoteo para compartir o en primeros platos. De postre, torrija caramelizada, una tarta de almendra con albahaca y tarta de queso.
Nos acomodaron en el comedor, en una especie de reservado con una mesa bastante grande, calculo que para seis personas. Con el día tan soleado que hacía, resultaba un lugar oscuro y no nos permitía disfrutar del ambiente del local.
Había bastante gente y el servicio estaba apurado. Cuando llegó la carta pedimos las tapas del concurso Santiago(é)Tapas para más tarde decidir lo que comeríamos.

Xurel San Simón, una de las tapas que probamos
Elegimos para comer, además de las tapas, el Gua Bao de pato, croquetas de boletus, gambones garam masala y rape con emulsión de zanahoria acompañado de unas espinacas. Para acompañar la comida, una caña, un garnacha, agua y un refresco para el niño.


Las croquetas muy ricas, crujientes y para tomar de un bocado, el interior muy meloso.


Los gambones estaban fantásticos, con el punto justo de picante para nuestro gusto.


El pato del Bao estaba muy sabroso, con una finísima lámina de pepino que daba frescor y un puntito crujiente al bocado. 
El rape también nos gustó mucho, un clásico con un toque algo diferente.



Probamos dos de los tres postres propuestos y nos gustaron ambos. El de albahaca quizá fue el más sorprendente, porque la mezcla de sabores resultó una grata sorpresa en el paladar, refrescante y original.
Como podéis ver, la comida resultó sabrosa y disfrutamos de ella, aunque no fue la experiencia que nos hubiera gustado porque, por un lado el lugar en el que estábamos nos tenía bastante aislados y con poca luz, y por otro el servicio no estuvo a la altura. Desde que terminamos las tapas hasta que empezamos a comer pasaron 40 larguísimos minutos. El despiste del camarero con la comanda fue constante, teniendo que venir a la mesa repetidas veces a preguntar qué habíamos pedido, qué faltaba... A la hora de servirnos, los platos llegaban a toda velocidad, sin mediar palabra con nosotros y además esto contrastaba con la esmerada atención y la charla constante con la mesa de al lado, donde había una persona conocida. 
A la hora del postre, casi siempre pedimos dos postres, para mi marido y mi hijo, y un café para mí. Ambos pidieron sus postres y yo no tuve ni tiempo a pedir mi café. Llegó un postre con tres cucharas ( ni dijimos ni se preguntó si compartíamos el postre) y casi 20 minutos después el segundo.
Decidimos levantarnos y tomar el café en la terraza, así que nos trasladamos, luego buscamos al camarero y le pedimos dos cafés, solo y con leche, que tuvimos que volver a pedir pasado un buen rato... 
Pagamos 72,30€ y de nuevo tuvimos que tomar la iniciativa y acabamos pagando en la barra al salir. En la cuenta constaba que nos invitaban al café. No sé si es práctica habitual o algo del camarero, que desapareció.
Personalmente considero que una comida o cena fuera de casa es mucho más que lo que me ponen en el plato, y me da pena que una buena cocina se vea empañada por un servicio con un margen de mejora, según mi criterio, bastante alto. Entiendo que el local lleva poco tiempo, también que estaba lleno, pero aún así, no encuentro justificación alguna al trato y servicio que recibimos.